jueves, 23 de septiembre de 2010

Las bombillas incandescentes desaparecen: se busca la mejor sustituta



Puede que aun no te hayas dado cuenta, pero estamos a punto de decir adiós definitivamente a la bombilla incandescente de toda la vida. Es más, si te acercas a comprar una bombilla de 100 vatios a cualquier tienda es posible que ya no la consigas, puesto que se dejaron de fabricar y distribuir desde hace más de un año. Sólo la podrás comprar en el caso de que todavía les queden existencias.
Y lo mismo le ocurrirá a las de menor potencia: las de 60 vatios dejarán de fabricarse en septiembre de 2011 y las de 40 y 25 vatios el mismo mes pero del año 2012.

La bombilla incandescente ha tenido una larga vida. El invento está datado en el siglo XIX y, seguramente, ha durado tanto debido a su sencillez: un filamento de metal que se calienta y emite luz dentro una ampolla de vidrio en vacío. Sin embargo, este sistema, aunque resulta extremadamente fiable tiene un gran inconveniente: su escaso rendimiento energético. Sólo el 10% de la electricidad que emplean esos dispositivos se destina a iluminar; el otro 90%, o incluso más, se disipa en forma de calor.

La medida que está tomando la UE de eliminar gradualmente las bombillas “de toda la vida” supondrá ahorrar un 80% del total de energía consumida en alumbrado (con lo que los europeos dejaremos de gastar unos 5.000 millones de euros al año) y evitar la emisión de 15 toneladas anuales de CO2 a la atmósfera. Para que os hagáis una idea, esa es la cantidad equivalente al consumo eléctrico de un país como Rumania en un año.


La crisis energética y el famoso cambio climático obligan a desterrar la derrochadora lámpara incandescente. Pero ¿cuál es la mejor opción para reemplazarla?

En el mercado existen tres opciones distintas: la lámpara de bajo consumo, la bombilla halógena y los diodos LED. Sin embargo, aunque todas mejoran con mucha diferencia la eficiencia energética de la bombilla tradicional, también tienen numerosos inconvenientes.

El primero de ellos es el precio. Si una lámpara incandescente de 100 vatios valía unos 60 céntimos de euro, los modelos equivalentes en luminosidad cuestan más caros: la de bajo consumo sale por 8-9 euros, la lámpara halógena por 7-8 euros y una de diodos LED entre 40 y 50 euros. No obstante, la Comisión Europea estima que cada hogar va a ahorrar de 20 a 50 euros al año en iluminación al dejar de emplear las viejas bombillas y eso incluyendo el coste mayor que tiene adquirir las nuevas.


En el caso de las bombillas halógenas, otro inconveniente es su baja eficiencia. Muy similares a las tradicionales, en este tipo de bombillas el bulbo no está vacío sino que contiene un gas que potencia la iluminación y su cristal de cuarzo resiste mejor la temperatura. A partir de 2012, la UE sólo permitirá los halógenos de última generación, que emplean un 50% menos de energía y duran tres veces más que las bombillas convencionales.

Las lámparas de bajo consumo parecen ser en la actualidad la mejor solución. Consumen un 80% menos y duran 15 veces más que las bombillas incandescentes. Usan una tecnología heredada del fluorescente clásico, con un vapor de mercurio en su interior. Y este es su principal problema ya que este gas es tóxico. Al igual que hacemos con las pilas y las baterías, estas bombillas se deben entregar al final de su vida útil en un punto limpio para que procedan a su reciclado.


La última tecnología en llegar son los diodos emisores de luz LED. Usan un 90% menos de energía y no tienen sustancias tóxicas. En la actualidad se emplean como puntos de luz en semáforos, aparatos electrónicos o pequeñas luces de posición para crear ambiente, pero su desarrollo en el ámbito doméstico aun está en mantillas.
No nos cabe la menor duda que esta última será la solución a la iluminación de los hogares en las próximas décadas (al menos hasta que inventen algo mejor). Es por ello que le vamos a dedicar más espacio en el siguiente post.

¿Y los tubos fluorescentes? Seguro que os preguntaréis el porqué no lo hemos incluido como solución. La respuesta es sencilla: aunque consumen menos que las tradicionales y ofrecen mucha más potencia lumínica, continúan generando residuos tóxicos y la luz que nos ofrecen es blanca fría y esto, al menos en Europa, no gusta para nuestros hogares. Se usan en la cocina, en el almacén o en la oficina, pero muy pocos son los que se deciden a instarla en sus salones.

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