Muchas veces habréis oído como alguien pronunciaba despectivamente la famosa frase: “eres más simple que el mecanismo de un botijo”.
Efectivamente, resulta muy simple: se rellena en una fuente por la boca más ancha y se bebe por la estrecha o “pitorro”. Pero mientras tanto, se produce el milagro: el agua introducida a temperatura ambiente se ha enfriado y cuando la bebemos está fresca (no confundir con fría). ¿Por qué?
El botijo es un utensilio relativamente barato. Se fabrica con arcilla cocida pero con una mezcla que hace que se conserve la porosidad de este material. Es precisamente esta porosidad la que hace que se consiga enfriar el agua que hay dentro de él.
Al igual que la piel de los humanos deja salir el sudor para refrescar el cuerpo, el botijo también “suda” a través de sus poros. Es lo que se denomina refrigeración evaporativa que consigue que por cada gramo de agua que se evapora se consigan retirar 500 calorías del agua del botijo. A más calor en el ambiente, más evaporación y, por lo tanto, más fresca se conserva el agua.
¿Ventajas? Muchas.
- Al estar el agua dentro de un recipiente no hermético, el cloro se evapora, con lo que, incluso si lo rellenamos del grifo de nuestras casas, no apreciamos el molesto sabor de la lejía.
- Como ya hemos dicho, el agua no sale fría como si la acabásemos de sacar de la nevera sino fresca. En un día de mucho calor, nuestra temperatura corporal es muy elevada. El contraste con la baja temperatura del agua de la nevera nos puede provocar varias dolencias (como mínimo, dolor de garganta).
-El agua refrigerada consume grandes cantidades de energía eléctrica en nuestras neveras. Aparte de tener que enfriar el agua introducida a temperatura ambiente, que el recipiente esté dentro de la nevera provoca que la abramos en numerosas ocasiones, con lo que el electrodoméstico trabaja mucho más.
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