El otro día me encontré con un amigo que me comentó preocupado que las manías que siempre había tenido su mujer iban en aumento. Más que manías eran miedos que había adquirido de pequeña y, con el tiempo se habían desarrollado. Por ejemplo, cuando iba por su casa, aun a sabiendas que estaba cerrada y no había nadie más que ella, tenía que encender todas las luces de los sitios por los que pasaba. Sus miedos también le llevaban a tener permanentemente cerradas puertas y ventanas y por las noches incluso las persianas bajadas a tope.
Lo primero que me vino a la mente fue compadecerla (y a él también) ya que estas enfermedades síquicas son muy difíciles de curar. Pero lo segundo que se me ocurrió fue pensar en el elevado consumo eléctrico que tendrían en esa casa: las luces permanentemente encendidas, los aparatos de aire acondicionado a pleno funcionamiento a la mínima que hiciese un poco de calor (todo estaba cerrado), en días un poco fríos la necesidad de encender la calefacción, etc.
Lo primero que me vino a la mente fue compadecerla (y a él también) ya que estas enfermedades síquicas son muy difíciles de curar. Pero lo segundo que se me ocurrió fue pensar en el elevado consumo eléctrico que tendrían en esa casa: las luces permanentemente encendidas, los aparatos de aire acondicionado a pleno funcionamiento a la mínima que hiciese un poco de calor (todo estaba cerrado), en días un poco fríos la necesidad de encender la calefacción, etc.
Por esta mujer no podemos hacer nada, pero nos tiene que servir como ejemplo para dos cosas: la primera es que hay que vigilar a nuestros hijos para detectar pronto cualquier anomalía que le pueda provocar manías de toda índole. Tenemos que ayudarle a superarlas y, si es preciso, acudir a un buen especialista. No se le pasarán con la edad, más bien empeorarán.
La segunda conclusión es que tenemos que intentar aprovechar al máximo los recursos naturales para no tener que malgastar la energía en nuestras casas. Salvo en las horas de mayor insolación, las persianas deben estar levantadas para aprovechar la luz diurna.
Es muy práctico colocar un termómetro interior / exterior que nos vaya diciendo en todo momento las respectivas temperaturas. Así, en verano, esperaremos a abrir las ventanas a que en el exterior haga menos temperatura ( es una tontería tener calor dentro de casa y abrir las ventanas para que entre todavía más calor del exterior) y al revés ocurrirá en invierno para que no se nos hiele la casa. Con un poco de idea y fijándonos en el termómetro podremos ahorrar mucha más energía de la que nos creemos.
Y, por supuesto, pronto o tarde tendremos que encender las luces. Ya lo hemos comentado, y es bien sabido por todos, el derroche que supone tener en casa bombillas incandescentes. Os voy a dar unos datos:
Una bombilla incandescente de 100 vatios supone un coste eléctrico anual de aproximadamente 15 euros y tienen una duración media de seis meses. Para conseguir la misma sensación lumínica, basta con utilizar una bombilla de bajo consumo de 20 vatios. Pues bien, esta bombilla consume 3 euros al año y su vida útil es de seis años.
Algunos se quejan de que estas bombillas son más caras. Hagamos números y nos daremos cuenta de lo equivocados que están.
De todas formas, tened siempre en la mente este pensamiento: la bombilla que menos consume es la que está apagada.
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