viernes, 14 de marzo de 2008

MALDITAS COLILLAS


Hoy no vamos a hablar de ecología en el hogar, bueno, en parte sí. Vamos a salir a la calle.
¿No os da la impresión cuando camináis por cualquier calle céntrica de vuestra ciudad que el suelo está lleno de colillas? Y más desde que entro en vigor la ley antitabaco.
No es de extrañar, se calcula que en España se fuman diariamente unos 90 millones de cigarrillos, de los cuales, aproximadamente una cuarta parte, cuando ya se han consumido, van a parar a las aceras. ¡22 millones de colillas diarias!

El problema es serio. Los filtros no se degradan fácilmente, están fabricados con acetato de celulosa y se calcula que pueden tardar incluso 10 años en desaparecer.
En el momento en que llueve, ese filtro es arrastrado por las alcantarillas hasta los ríos y de allí a los embalses y al mar. Pues bien, los filtros se ponen en los cigarrillos precisamente para filtrar los productos nocivos que se le añade al tabaco. Cuando caen al suelo están repletos de productos tóxicos que se liberan al contacto del agua. Imaginad lo que provoca esa toxicidad al llegar a los ríos y el mar. Se calcula que cada colilla provoca la contaminación de ocho litros de agua.
Es decir, que a los problemas que ya sabíamos que provocaban las colillas – incendios forestales por colillas mal apagadas, ingestión por parte de niños, playas sucias abarrotadas de colillas... – ahora se añade la contaminación del agua.

¿Qué podemos hacer?
Lo más sencillo es, sin duda, no fumar. Ya sé que no es fácil, así que habrá que buscar otras soluciones. Por ejemplo no tirar nunca una colilla al WC -aparte del agua que gastamos para que desaparezca de nuestra vista, luego contamina otra tanta de los ríos-. Llevar siempre un cenicero portátil para cuando no encontremos un lugar idóneo para tirarla. No empezar a fumar si no sabemos qué podremos hacer al final con la colilla. Apagar siempre bien el cigarrillo y luego depositar el resto en la basura. Y, sobre todo, mentalizarnos nosotros, a nuestra pareja y a la familia en general, que ni las calles de nuestras ciudades ni los espacios naturales son un inmenso cenicero puesto ahí a nuestra disposición.

¿Se te ocurre algo más? Escríbenos.

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